La Liga BBVA prosigue su inexorable viaje como el día sucede a la noche y viceversa; es decir con una precisión y periodicidad absoluta. Como la vida, el campeonato propone una permanente mirada hacia adelante. Como sucede con el inalterable paso del tiempo, el pasado ofrece una sabrosa e importante fuente de información, susceptible además de generar análisis y alimentar infinidad de debates, pero si algo se acentúa en este recorrido emprendido por el Levante en su aventura junto a los colosos del fútbol es el presente. Noviembre amenaza con formar parte del recuerdo y ya se materializa sobre el horizonte diciembre, un mes, con tradición en el calendario festivo desde los tiempos del Imperio Romano cuando se honraba durante la secuencia final a la figura del Dios Saturno, que desembocará, desde una perspectiva estrictamente futbolística, en la concesión de una liviana tregua como consecuencia de la paralización de la competición ante el desarrollo de las fiestas navideñas.
Diciembre significa que la Liga entra en el cuarto mes de su recorrido desde que alumbrara hacia finales de agosto. Y el Levante sigue a flote empecinado por albergar el triunfo en la enconada cruzada que mantiene por perpetuar su estancia entre los escogidos. El Levante honra al campeonato después de la disputa de trece partidos compitiendo de tú a tú ante sus adversarios. La escuadra que dirige desde el banquillo Luis García inicia un nuevo desafío en el mes del frío por excelencia. El ciclo que se aventura vuelve a ser sobrecogedor con tres duelos mayúsculos y de talla ante el Atlético de Madrid sobre el césped del Ciudad de Valencia, Sporting de Gijón, en tierras asturianas, y Athletic de Bilbao en el coliseo de Orriols para echar la cancela con el duelo de Copa del Rey ante el Real Madrid en el Estadio Santiago Bernabéu.
Dinamita pura. Cuatro pruebas cuantificables de la resistencia tenaz que efectúa la escuadra levantinista. Pero la glacial temperatura, característica inequívoca de estas fechas, no invade, ni atenaza los ánimos granotas. Ni los congela. No es el Levante un equipo de sentimiento melancólico cuando accede como protagonista a los partidos. Su espíritu está en plena efervescencia y en continua y ardorosa ebullición. El Levante es un equipo de corazón caliente en un mundo de gélidos depredadores, algunos de un tamaño gigantesco, como demuestra en cada una de sus apariciones sobre el tapate verde en partido adscrito a la Primera División. El miedo no guía sus movimientos en el interior del rectángulo de juego. Ni surgen temores que paralicen su sistema nervioso, con las excepciones, quizás, de los compromisos inaugurales frente al Sevilla y Getafe.
Diciembre despunta y el Levante aparece en la clasificación general fuera de la zona más boscosa. La distancia que mantiene con el descenso no es sideral, un único punto, pero evidencia el espíritu levantisco de un grupo que lucha hasta la extenuación durante cada segundo de cada choque convencido del éxito real de sus posibilidades, si mantiene la firmeza y las coordenadas establecidas. En ese sentido, el Levante ha adquirido la propiedad de ser un equipo reconocido dentro del campo. Y esa condición no es sencilla de conseguir ni de ejecutar para un bloque recién llegado desde la Segunda División. El Levante no es un contrario dócil.
Tampoco presenta una voluntad quebradiza ante el volumen de las contradicciones que se van sucediendo como demostró en Alicante tras los zarpazos encadenados de Valdez y Trezeguet lanzándose en tumba abierta y desposeído de complejos hacia la portería alicantina. Quizás, con la perspectiva que implica la altura de la travesía que ha emprendido, haya entendido que su mayor enemigo no serán únicamente sus rivales, ya de por sí temibles por su potencialidad e imagen ganadora. El Levante se enfrenta a sus sombras y a su destino, pero, sobre todo, a la capacidad mental que exhiba para mantener la frialdad en situaciones extremas, principalmente si cae en la tabla, situación que ya ha experimentado demostrando, por los argumentos vertidos, aferrarse a la vida como los supervivientes natos.
Desde ese prisma, diciembre tampoco propicia, a priori, grandes transformaciones conceptuales. El Levante seguirá transitando por la cuerda floja, en continuada oscilación, combatiendo con pasión y persuasión por los puntos frente a escuadras que, al menos, duplican sus ingresos y pugnando por recuperar efectivos ante la plaga de lesiones. En ese sentido, las manifestaciones de Rubén son reveladoras del pensamiento positivo que invade al vestuario. Su mensaje irradia op¡timismo. “Si estamos a buen nivel con ocho o nueve bajas, cuando estén todos el equipo elevara el nivel”.
Diciembre significa que la Liga entra en el cuarto mes de su recorrido desde que alumbrara hacia finales de agosto. Y el Levante sigue a flote empecinado por albergar el triunfo en la enconada cruzada que mantiene por perpetuar su estancia entre los escogidos. El Levante honra al campeonato después de la disputa de trece partidos compitiendo de tú a tú ante sus adversarios. La escuadra que dirige desde el banquillo Luis García inicia un nuevo desafío en el mes del frío por excelencia. El ciclo que se aventura vuelve a ser sobrecogedor con tres duelos mayúsculos y de talla ante el Atlético de Madrid sobre el césped del Ciudad de Valencia, Sporting de Gijón, en tierras asturianas, y Athletic de Bilbao en el coliseo de Orriols para echar la cancela con el duelo de Copa del Rey ante el Real Madrid en el Estadio Santiago Bernabéu.
Dinamita pura. Cuatro pruebas cuantificables de la resistencia tenaz que efectúa la escuadra levantinista. Pero la glacial temperatura, característica inequívoca de estas fechas, no invade, ni atenaza los ánimos granotas. Ni los congela. No es el Levante un equipo de sentimiento melancólico cuando accede como protagonista a los partidos. Su espíritu está en plena efervescencia y en continua y ardorosa ebullición. El Levante es un equipo de corazón caliente en un mundo de gélidos depredadores, algunos de un tamaño gigantesco, como demuestra en cada una de sus apariciones sobre el tapate verde en partido adscrito a la Primera División. El miedo no guía sus movimientos en el interior del rectángulo de juego. Ni surgen temores que paralicen su sistema nervioso, con las excepciones, quizás, de los compromisos inaugurales frente al Sevilla y Getafe.
Diciembre despunta y el Levante aparece en la clasificación general fuera de la zona más boscosa. La distancia que mantiene con el descenso no es sideral, un único punto, pero evidencia el espíritu levantisco de un grupo que lucha hasta la extenuación durante cada segundo de cada choque convencido del éxito real de sus posibilidades, si mantiene la firmeza y las coordenadas establecidas. En ese sentido, el Levante ha adquirido la propiedad de ser un equipo reconocido dentro del campo. Y esa condición no es sencilla de conseguir ni de ejecutar para un bloque recién llegado desde la Segunda División. El Levante no es un contrario dócil.
Tampoco presenta una voluntad quebradiza ante el volumen de las contradicciones que se van sucediendo como demostró en Alicante tras los zarpazos encadenados de Valdez y Trezeguet lanzándose en tumba abierta y desposeído de complejos hacia la portería alicantina. Quizás, con la perspectiva que implica la altura de la travesía que ha emprendido, haya entendido que su mayor enemigo no serán únicamente sus rivales, ya de por sí temibles por su potencialidad e imagen ganadora. El Levante se enfrenta a sus sombras y a su destino, pero, sobre todo, a la capacidad mental que exhiba para mantener la frialdad en situaciones extremas, principalmente si cae en la tabla, situación que ya ha experimentado demostrando, por los argumentos vertidos, aferrarse a la vida como los supervivientes natos.
Desde ese prisma, diciembre tampoco propicia, a priori, grandes transformaciones conceptuales. El Levante seguirá transitando por la cuerda floja, en continuada oscilación, combatiendo con pasión y persuasión por los puntos frente a escuadras que, al menos, duplican sus ingresos y pugnando por recuperar efectivos ante la plaga de lesiones. En ese sentido, las manifestaciones de Rubén son reveladoras del pensamiento positivo que invade al vestuario. Su mensaje irradia op¡timismo. “Si estamos a buen nivel con ocho o nueve bajas, cuando estén todos el equipo elevara el nivel”.
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